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Comienza tu camino
He ayudado a cientos de personas a mejorar su alimentación, a incorporar nuevos hábitos de vida y a integrarlos de una manera natural y libre de prohibiciones.
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Responsabilidad adaptativa

¿Te han hablado alguna vez de la responsabilidad adaptativa? Ahora lo trataremos, pero antes una frase: “Lo que no dejas ir, lo cargas. Lo que cargas, te pesa. Lo que te pesa, te hunde” …Y un maravilloso relato:

“Una vez, dos monjes zen caminaban por el bosque de regreso a su monasterio. En su camino debían de cruzar un río, en el que se encontraron llorando una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzarlo, pero tenía miedo.

– ¿Que le sucede? – le preguntó el monje más anciano.

– Señor, mi madre se muere. Está sola en su casa, al otro lado del río y no puedo cruzar. Lo he intentado, pero me arrastra la corriente y nunca podré llegar al otro lado sin ayuda. Ya pensaba que no volvería a verla con vida, pero aparecieron ustedes y podrán ayudarme.
– Ojalá pudiéramos, – se lamentó el más joven – pero el único modo posible sería cargarle sobre nuestros hombros a través del río y nuestros votos de castidad nos prohíben todo contacto con el sexo opuesto. Lo lamento señora, créame.

– Yo también lo siento- dijo la mujer llorando desconsolada.

El monje más viejo se puso de rodillas, y dijo a la mujer:

– ¡Suba!

La mujer no podía creerlo, pero inmediatamente cogió su hatillo de ropa y montó sobre los hombros del monje. Ambos cruzaron el río con bastante dificultad, seguido por el monje joven. Al llegar a la otra orilla, la mujer descendió y se acercó con la intención de besar las manos del anciano monje en señal de agradecimiento.

– ¡Está bien, está bien! – dijo el anciano retirando las manos – Por favor, sigua su camino.

La mujer se inclinó con humildad y gratitud, tomo sus ropas y se apresuró por el camino del pueblo. Los monjes, sin decir palabra, continuaron su marcha al monasterio… aún tenían por delante diez horas de viaje.

El monje joven estaba furioso. No dijo nada, pero hervía por dentro. Un monje zen no debía tocar una mujer y el anciano no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.

Al llegar al monasterio, mientras entraban, el monje joven se giró hacia el otro y le dijo:

– ¡Tendré que decírselo al maestro! Tendré que informar acerca de lo sucedido. ¡Está prohibido!

– ¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -dijo el anciano

– ¿Ya te has olvidado? ¡Llevaste a esa hermosa mujer sobre tus hombros! – dijo aún más enojado.

El viejo monje se rio y luego le respondió:

– Es cierto, yo la llevé. Pero la dejé en la orilla del río, muchas leguas atrás. Sin embargo, parece que tú todavía estás cargando con ella… ¡y eso peso no te deja avanzar!”

Este es un relato que suelo utilizar mucho en las sesiones donde aparece la culpa por “haber hecho”, “haber dejado de hacer”, “haber comido lo que no debía”, etc. La culpa nos lleva a una paradoja des-adaptativa, totalmente incoherente, en la que necesitamos sentirnos mal para sentirnos de nuevo una buena persona. Me arriesgaría a decir que la culpa es el apasionamiento obsesivo por ser buen@, a expensas de un@ mism@.

Como le ocurría al monje joven, en ocasiones nuestros pensamientos nos anclan a emociones pasadas como la ira o el rencor, que, si no somos capaces de dejar atrás, nos harán cargar con una mochila llena de piedras, que simbolizan sentimientos como la culpa o resentimiento, y no nos dejarán avanzar.

Reconocer y tomar conciencia de este tipo de sentimientos, puede ayudarnos a liberarnos de un pesado lastre en nuestras vidas, ya que de no hacerlo nos impedirán continuar con nuestro desarrollo personal y cambios de hábitos nutricionales y de vida.

Es aquí donde os animo a abrazar este maravilloso concepto de responsabilidad adaptativa, como una emoción más equilibrada, racional y constructiva, que implica aceptar el error o la falta, buscar la reparación y actuar con empatía, pero sin olvidarnos de nosotr@s mism@s.

En la responsabilidad adaptativa la culpa sobra, es decirse: “Acepto mi responsabilidad, pero no me autodestruyo por ello ni menosprecio mi valía personal”

Perdonarse a un@ mism@ es hacerse responsable. Es cuidarse y estar segur@ de que pese a las faltas que pueda cometer, me comprendo y me acepto tal y como soy.

¡Pero ojo! Con esto no quiero decir que se trate de una despreocupación irresponsable frente a nuestros errores, sino de una actitud reparadora sin dejar de respetarnos, sin torturarnos, observando nuestra verdadera condición humana imperfecta, sin autoengaños. Esto puede llegar a ser doloroso a veces, pero es el mejor camino para llegar al realismo constructivo, ver lo que hay, aprender, integrarlo y resolver situaciones futuras desde el autoconocimiento. En definitiva, y hablando en plata, ¡la responsabilidad adaptativa es la bomba! Es la vía más directa hacia una sana autoestima. Repite conmigo: «Me merezco quererme y perdonarme para poder avanzar»

Si consideramos que hemos fallado en el pasado, no es justo juzgarlo con los datos que tenemos hoy. Si ayer tomamos una decisión, lo hicimos con las emociones, las situaciones, los datos y el entorno que teníamos en ese momento. Por lo tanto, juzgarlo desde el momento presente, con una información más amplia una vez ha pasado el tiempo, es hacernos trampa.

¡Aceptarnos incondicionalmente y ser conscientes de que lo hicimos lo mejor que pudimos es el primer paso para avanzar!

 

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