Full 1
Comienza tu camino
He ayudado a cientos de personas a mejorar su alimentación, a incorporar nuevos hábitos de vida y a integrarlos de una manera natural y libre de prohibiciones.
Full 1

Constancia

¿Conoces el cuento “Las ranitas en la nata” del libro “Déjame que te cuente”, de Jorge Bucay?

Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata. 

Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. 

Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar. 

Una de ellas dijo en voz alta:

-No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo inútil. 

Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco. 

La otra rana, más persistente o quizá más tozuda, se dijo:

-Uuuff… ¡No hay manera! Nada se puede hacer por avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora. 

Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas. 

Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla. 

Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente. 

Que levante la mano quién no se ha sentido alguna vez abatid@, vencid@ por las adversidades que presenta vivir en una sociedad obesogénica cuando quiere empezar a cuidar su alimentación o sin fuerzas de voluntad para continuar con los cambios nutricionales. ¡La mía no la levanto! Yo me incluyo, al igual que seguramente la mayoría de vosotr@s, como una persona que en algún momento u otro de la vida ha sido rana dentro de un recipiente de nata.

Sin embargo, tirar la toalla, sucumbir ante las circunstancias, es tanto como darse por vencid@ y hundirse. En ocasiones, esta actitud derrotista la asumimos incluso antes de intentarlo.  Es demasiado difícil, no lo voy a conseguir, no soy capaz, no puedo hacerlo, voy a fracasar de nuevo, etc., son sólo algunos ejemplos de las muchas excusas que utilizamos y que, a mi parecer, tienen un denominador común: el miedo. ¡Y sentir miedo no es malo! (que conste en acta), lo malo es dejar que domine nuestra vida. Gracias al miedo evitamos correr peligros y nos protegemos de sufrir daños. Sin la emoción del miedo, seríamos temerari@s, imprudentes y en más de una ocasión podríamos en peligro nuestra propia salud. Sin embargo, si ese mismo miedo es desproporcionado y nos paraliza o simplemente es infundado, más basado en el desconocimiento y en la propia inseguridad que en hechos objetivos, entonces no sólo deja de ser útil, sino que además se vuelve dañino.

Experiencias negativas anteriores, como dietas que no han funcionado, profesionales que no te han escuchado o situaciones personales que no han favorecido a tu tratamiento, también pueden ser la causa de un comportamiento pasivo y poco motivado para superar la situación. El problema de esta actitud es que nos arrastra a una apatía y una desilusión que, de perdurar en el tiempo, puede conducirnos a enfermedades relacionadas con incorrecta alimentación (como dislipemias, diabetes, obesidad, deficiencias en vitaminas y/o minerales, etc.), pero puede llegar a mucho más, a una insatisfacción vital, a la tristeza, incluso a una depresión.

Quizás sea cierto y aunque nos pongamos en acción nuevamente no lo consigamos, pero si no lo intentamos nunca sabremos hasta dónde somos capaces de llegar, ¿no crees?.
La única certeza es que, si dejamos de esforzarnos, de intentarlo, y, en definitiva, de chapotear como la ranita, es seguro que no conseguiremos salir victorios@s.

Yo estoy muy de acuerdo con esa afirmación que dice que “el peor de los fracasos está en no haberlo intentado”, y que quizás experiencias anteriores no fueron fracasos propios, sino estrategias mal planteadas, por qué no, a veces incluso por parte de nosotr@s, l@s especialistas en Nutrición. Aquí sí levanto la mano: ¡mía culpa si alguna vez me equivoqué contigo! Pero si a mí o a cualquier otr@ compañer@ le has dado una segunda oportunidad, ¿por qué no te la das a ti?

Así que desde aquí te animo a que, en los momentos difíciles, en esos en los que estés a punto de tirar la toalla, te acuerdes de la historia de las ranitas y continúes chapoteando con fuerza, ¡quién sabe si en esta ocasión eres capaz de convertir la nata en mantequilla!

Contacto